Muchas veces escuchamos a los hijos de los artistas que se lanzan a desarrollar su propia carrera profesional en el mundo del espectáculo, comentar acerca de las dificultades que enfrentan para construir su propia identidad.

Ser el hijo de un famoso, es algo muy complejo. Se espera que esta persona sea tan bueno o mejor que su padre y que sobresalga en los mismos campos. Se espera además que sea independiente y muestre su propio valer. Se le juzga si no tiene suficiente coraje para romper con el molde y se le juzga también si no aporta nada nuevo.

En las lecturas de la Torá de la semana pasada y de ésta, se nos presenta la imagen de Isaac con poco brillo, y hasta carente de liderazgo. Alguien débil, sumiso y fácil de manejar y engañar.

Un hombre de 37 años que acepta ser amarrado y ofrecido en sacrificio, sin rebelarse, sin defenderse. Alguien que tras haberse salvado de la muerte, continúa viviendo con su padre sin jamás reclamarle nada.

Alguien que respeta las decisiones de su padre sin cuestionarlas. Alguien que cuando debe asumir su responsabilidad como líder, se mantiene distante del pulso humano de su propia familia.

Pero en realidad, ¿era Isaac un hombre débil, incapaz y carente de fuerza? Pensemos un poco.

Desde su nacimiento, Isaac sabe que es el depositario de una gran responsabilidad: ser el heredero de un pacto con D-s. Esta responsabilidad comienza a ser un peso enorme desde el momento en que se le impide ser un niño normal y divertirse con su hermano.

Para él, desde el principio, el entrenamiento es aprender a entregar su voluntad para poner siempre por delante la voluntad divina. Treinta y siete años de entrenamiento y dedicación hacen posible que acepte sin chistar y hasta con satisfacción, convertirse en ofrenda de sacrificio y que luego, sin juicios ni reclamos, regrese a una vida “normal” al lado de su padre.

Abraham definitivamente posee una personalidad fuerte y un carisma arrollador. Isaac, tímido por naturaleza y respetuoso por entrenamiento, comprende muy bien que su rol es de soporte, de continuidad, de propiciar la estabilidad necesaria para que la labor iniciada por su padre pueda madurar, florecer y perdurar.

Ciento setenta y cinco años tenía Abraham al momento de morir, Isaac tenía entonces setenta y cinco años. Setenta y cinco años de práctica en mantenerse a la sombra, en contener su carácter, en ser prudente y práctico.

Estas cualidades tan necesarias para ser el apoyo y sostén de quienes son innovadores y transformadores de la sociedad, simplemente no se abandonan de un solo golpe. Es más, tras setenta y cinco años de vivir de cierta forma, lo más probable es que no se sepa cómo actuar de manera diferente.

Hemos hablado muchas veces acerca de que los personajes bíblicos representan arquetipos que viven dentro de nosotros.

Abraham es Jesed, la capacidad expansiva que nos impulsa a luchar por lo que creemos, a nadar contra corriente cuando se trata de nuestras convicciones.

Isaac es Gevura, la capacidad de límite, de resistencia. La que hace posible que controlemos nuestros impulsos y los canalicemos en el momento adecuado y para los objetivos correctos.

Sin la capacidad de soñar y atrevernos, nunca lograríamos nada. Sin la capacidad de contenernos, nuestros anhelos se esfumarían sin materializarse.

El reto de ser Isaac radica en el autodominio, en conocer cuándo debemos mantener un perfil bajo, en reconocer que algunas funciones poco apreciadas por los demás, son cruciales para el logro de nuestros propósitos.

En muchos momentos, la vida nos lleva a ser Isaac, a sacrificar nuestros ahelos personales por las necesidades que se presentan, por atender a un familiar enfermo, por carecer de medios para lanzarnos de lleno a un proyecto, o por las mil y un razones que surgen sin que podamos evitarlas.

Entonces, al igual que Isaac, debemos reconocer la fortaleza que se requiere para ello, y recordar que las bendiciones divinas nunca dejarán de acompañarnos.

Hoy pido que como Abraham, podamos lanzarnos con fe y optimismo tras la consecución de nuestros sueños, y que como Isaac, tengamos el coraje de contenernos cuando sea necesario y canalizar nuestros esfuerzos hacia lo que corresponde en cada momento, con paciencia, responsabilidad y agradecimiento.

Rabina Ileanah Carazo
Kislev 4, 5881, Noviembre 20, 2020

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